Vengo a hablarle sobre la magia de los acontecimientos, sobre historias que merecen ser contadas ¿azar o destino? Tal vez lo descubramos, tal vez no. 

¿Qué podrían tener en común el encuentro con la civilización azteca, unos monjes golosos en España, una niña que va a celebrar su cumpleaños y el dueño de una cafetería? 

A simple vista nada, no se conectan ni espacial ni temporalmente, pero finalmente como nos gusta, se trata de una historia de amor.

Cuando Hernán Cortez, el gran conquistador español llegó a América, fue recibido con los brazos abiertos. Deseoso de aventura y descubrimiento quiso explorar no solo los lugares del nuevo mundo, sino sus costumbres y tradiciones. Es así como conoció al Xocoatl, una bebida amarga y especiada compuesta por semillas de cacao molidas, agua, chili, vainilla, achiote y maíz. Este era consumido principalmente por la nobleza y en rituales. Es más, a veces incluso lo mezclaban con sangre.  Y descubrió sus grandes potencialidades: vio con sus propios ojos, cómo consumir este brebaje los acercaban a la divinidad: oh alimento de los dioses. No dudo ni un momento en querer llevarlo a España, donde se transformó rápidamente en un brebaje apetecido por la nobleza y la clase alta quienes siempre buscan nuevas experiencias. Pero había un problema. Si bien gustaban sus propiedades energéticas y afrodisiacas, su sabor amargo no era el favorito.

No se sabe el nombre exacto de quienes fueron, o tal vez sí y se perdió en la historia. Solo se sabe que fue un monje goloso en España quien le agregó azúcar a esta bebida, y alguien en Inglaterra quien lo mezcló con leche. El asunto explotó, y fue tal el agrado de este “chocolate caliente”, que se popularizó su consumo y fabricación, tanto en el viejo mundo como más allá, atravesando el océano, tiempos y culturas.

Puerto de Valparaíso, Chile, 1912, nace Berta Urbina. ¿Quién era ella? Tal vez nadie, tal vez todos. 

Cocinera por vocación y tradición (al ser una mujer que administraba su casa, como otras tantas), amante de las cositas dulces: pasteles, queques, tortas y por supuesto, chocolate caliente, mantenía su hogar calientito en hospitalidad y amabilidad. Pero ella tenia un dia favorito en la semana: los jueves, y para celebrar ese día y traspasarlo alegría y cariño a su familia se puso a hacer chocolate caliente, transformándolo en una tradición familiar. 

Mirando a Tita, Vivien, su hija, aprendió los secretos de la cocina y del delicioso chocolate caliente, y a través de ella, Paula.

8 de agosto… una niña pequeña se levanta con el corazón entusiasmado! Hoy es mi cumpleaños!!! Sus ojos expelen felicidad y su mamá la lleva a la cocina: hoy te enseñaré a preparar el chocolate caliente. Esa niña no puede más de emoción. Por fin podría preparar ella, esta receta deliciosa traspasada de mujer a mujer, para esperar con alegría y amorosidad a todos sus invitados. 

Pasó un tiempo. Esa niña creció, Travesías de la vida, caminos y decisiones. Aventuras y desventuras.  Y en algun punto de la historia, ya sea por azar o destino, decidió renunciar a una carrera próspera como abogada para abrir una chocolatería. ¿Azar o destino? Tal vez lo descubramos, tal vez no. 

Un día, llega un cliente a la puerta de la chocolatería y pregunta si tenían chocolate caliente. Y cual creen que era la respuesta? No, no tenían.

Esa mujer, porque ya no era una niña, se fue a acostar intranquila esa noche. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puedo hacer? Y recordó, la receta de chocolate caliente que tantas veces la había acompañado en momentos tan lindos.

Unos amigos que vendían café, le prestaron su máquina de expresso y ella empezó a crear: inventar, pesar, probar, esto si, esto no, hasta que por fin! Lo logró: encontró la receta perfecta. 

No podía ser cualquier receta: tenía que rescatar la esencia, transportar a las personas a un momento de goce y disfrute. Tenía que lograr hacer sentir a las personas como esa niña el día de su cumpleaños, como ese monje, como ese Hernán Cortez… 

Hot Marilyn no es solo una receta; es un legado. Es la culminación de siglos de tradición, transformado en una experiencia moderna y accesible para todos. Es el abrazo cálido en una mañana fría, el consuelo después de un día largo, la celebración en cada pequeño momento de felicidad.

Hoy, los invito a ser parte de esta historia. A llevar con ustedes la tradición y a crear nuevos recuerdos alrededor de una taza de chocolate caliente. 

Porque, al final, eso es lo que somos: una comunidad unida por el amor al chocolate, por la pasión por los pequeños placeres de la vida, por el deseo de transformar lo ordinario en extraordinario.

Que ustedes estén leyendo esto el día de hoy, es ¿azar o destino? Tal vez lo descubramos, tal vez no.

Por Rayen Floyd

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